En Sapiens: de animales a dioses, Yuval Noah Harari, profesor de Historia de la Universidad Hebrea de Jerusalén, repasaba la «victoria» de los Homo sapiens en su lucha por la supervivencia y la conquista de la humanidad, desde sus primeros pasos hasta la actualidad.
Los instintos sociales que facilitan que seamos capaces de colaborar en torno a ficciones (dioses, ideologías, naciones, dinero) propiciaron tres grandes revoluciones, que marcaron la imposición del Sapiens sobre el resto de especies humanas y el planeta: la cognitiva, la agrícola y la científica. La capacidad del autor de condensar grandes ideas sobre el curso de la historia en un espacio tan reducido le valió el aplauso entusiasta de celebridades como Barack Obama, Mark Zuckerberg o Bill Gates y un éxito en ventas espectacular. Poco tiempo después, el autor retorna con Homo Deus para afirmar que nos encontramos a las puertas de otra revolución que lo cambiará todo.
El libro comienza haciendo un repaso de lo ya tratado en Sapiens. Pese a que la idea de progreso pueda parecer en declive en un Occidente que se enfrenta a un repliegue identitario que ejemplifican Trump y el brexit, la humanidad sigue avanzando. «La agenda humana», tradicionalmente marcada por la hambruna, la peste y la guerra, ha comenzado a transformarse. Estos tres fenómenos siguen impactando con crueldad, si fijamos nuestra mirada en Siria, el Congo o Libia, pero si ponemos las luces largas no podremos obviar los espectaculares avances registrados a escala global en esperanza y calidad de vida en las últimas décadas. Al modo de Steven Pinker o Jared Diamond, Harari relata cómo el humano medio es hoy más sano, educado, libre y pacífico. Lo ejemplifica afirmando que, por primera vez en la historia, «mueren más personas por comer demasiado que por comer demasiado poco, más por vejez que por una enfermedad infecciosa, y más por suicidio que por asesinato a manos de soldados, terroristas y criminales».
Los humanos ya no solo nos dedicamos a mejorar nuestra capacidad de supervivencia, sino que estamos diseñando inteligencia artificial y buscamos vencer la vejez e incluso la muerte
Este progreso no se ha detenido, sino que está comenzando a dar sus frutos, hasta el punto de que los humanos ya no solo nos dedicamos a mejorar nuestra capacidad de supervivencia, sino que estamos diseñando inteligencia artificial y buscamos vencer la vejez e incluso la muerte. Si con la revolución agrícola la humanidad silenció a los animales y a las plantas, y con la revolución científica silenció a los dioses, el próximo gran paso, según Harari, se dará a través de la ingeniería ya sea biológica, cíborg o de sensores no orgá- nicos. En cuanto la tecnología nos permita remodelar la mente humana, la historia humana llegará a su fin y pasaremos del Homo sapiens al Homo deus.
La provocadora teoría de Harari parte de la premisa de que los organismos son algoritmos: «Todo animal (incluido el Homo sapiens) es un conjunto de algoritmos orgánicos, modelados por la selección natural a lo largo de millones de años de evolución […] No existe razón alguna para pensar que los algoritmos orgánicos vayan a ser capaces, en el futuro, de hacer cosas que los algoritmos no orgánicos nunca conseguirán replicar o superar.»
Ello nos llevaría a una nueva era, poshumanista o posliberal. En la modernidad, el individuo, ya sea como votante, consumidor o amante, se erige en el centro de todo sentido y legitimidad. Nuestro libre albedrío como individuos es lo que teje una red de sentido para afrontar la vida. Pero, según el autor, esto son meras ilusiones, ya que el poder real recae en las redes. Hoy, un algoritmo no orgánico podría entender a los humanos mejor de cómo nos entendemos a nosotros mismos, por lo que tendrá sentido confiar a este algoritmo cada vez más decisiones de nuestras vidas. Hasta cierto punto, esto ya ocurre a la hora de comprar, leer (Amazon), escuchar música (Spotify), desplazarnos (Waze), buscar pareja (Tinder) e invertir en bolsa. Y también a la hora de modelar nuestras opiniones políticas, puesto que gracias al eco que generan los algoritmos de Google y las redes sociales, cada vez recibimos menos información que no se ajuste a nuestras preferencias políticas. Pronto podría ocurrir lo mismo con nuestra salud (bases de datos genéticas, sistemas cognitivos) y en otros ámbitos de nuestra vida cotidiana, gracias a los asistentes personales. Según Harari, cuando estos oráculos evolucionen se convertirán en representantes de los individuos, se comunicarán entre ellos y, en última instancia, pasarán a ser soberanos porque pensarán por nosotros. Ello supondría «desacoplar» la inteligencia de la conciencia. Progresivamente, las «personas dejarán de verse como seres autónomos» y la «creencia en el individualismo se desvanecerá».
Llegados a este punto, el autor dibuja un panorama un tanto distópico, ya que considera que la élite siempre va un paso por delante y ello puede acarrear que aquella parte de la población que no tenga acceso a la revolución de los algoritmos y la biotecnología se convierta en un nuevo proletariado, formado por trabajadores superfluos. En este futuro, que sería una suerte de feudalismo digital, una tecnocasta mejorada biológicamente podría no tratar mejor al nuevo proletariado que los europeos a los pueblos colonizados en el siglo xix. De nuevo, podría haber distintas clases de humanos sobre el planeta compitiendo entre ellos. Según el autor, este horizonte de humanos conviviendo con entes de inteligencia superior nos llevaría a replantear nuestra actual relación con los animales.
También incide en el reverso tenebroso de la tecnología: la inseguridad y la falta de privacidad podrían facilitar que un hacker norcoreano controlara los nanorrobots que corren por nuestras venas o que los asistentes personales tecnológicos actuaran de forma despiadada para favorecer a sus due- ños. Estos temores recuerdan los planteamientos de la serie Black Mirror o el caso de House of Cards, en que un candidato a la presidencia de los Estados Unidos se alía con una empresa tecnológica similar a Google para influir sobre el resultado electoral.
Según Harari, en cuanto la tecnología nos permita remodelar la mente humana, la historia humana llegará a su fin y pasaremos del Homo sapiens al Homo deus
Harari no se detiene en el ludismo, porque no concibe que el progreso científico pueda verse frenado, ni siquiera por ideologías o religiones, a las que en gran parte considera obsoletas al no ser capaces de proporcionar respuestas a las grandes preguntas de nuestro tiempo. De hecho, insiste en que las decisiones con mayor incidencia sobre la vida de los ciudadanos no las toman los polí- ticos en Washington o en Bruselas, sino ingenieros, empresarios y científicos, especialmente en Silicon Valley. A estos dedica la última parte del libro, centrada en analizar una ideología con gran futuro según el autor: el «dataísmo». Repasa la historia de la humanidad desde una perspectiva datacéntrica, dejando de lado al individuo y sus sentimientos. Desde este enfoque, el liberalismo, la democracia y el libre mercado no habrían triunfado por su capacidad de generar prosperidad y felicidad, sino «porque mejoraron el sistema de procesamiento de datos» frente a opciones más centralizadas, como el comunismo o el fascismo, poco eficientes para el aprovechamiento del flujo de datos.
La prosa ágil del autor facilita la lectura del libro, aunque cabe esperar que Homo Deus envejezca mucho más rápido que Sapiens. Todos tenemos claro que los historiadores, al igual que los economistas y los politólogos, son mucho más certeros explicando el pasado que el futuro. ¿Está cambiando el mundo más rápido que nunca? No deberíamos dar por sentado que la introducción de las TIC o la robotización tengan mayor impacto que los retretes, la electricidad o los contenedores. Economistas como Tyler Cowen o Robert J. Gordon alientan esta duda. También debemos desconfiar de las proyecciones a largo plazo, a la vista de los sueños de nuestros padres acerca de viajes a Marte o coches voladores. Nos encontramos en una época tecnooptimista que comienza a preocuparse por el impacto social del desarrollo tecnológico y por la innovación disruptiva en ámbitos como el empleo y la igualdad. Este libro nos lleva a plantearnos múltiples preguntas al respecto, pero llega a conclusiones radicales a partir de una base endeble, especialmente desde el punto de vista tecnológico y de las relaciones internacionales. ¿Somos capaces de predecir el rumbo del desarrollo tecnológico a largo plazo? ¿Es la gobernanza público-privada de internet un régimen sostenible políticamente? El propio autor nos recuerda que en múltiples ocasiones el destino de la humanidad ha pendido del hilo de una serie de circunstancias fortuitas. El lector no debería olvidarlo y enfrentarse a las contundentes afirmaciones del autor con cierta precaución e incredulidad. Eso sí: las preguntas a las que nos enfrenta el libro indican que en Silicon Valley no solo necesitan a ingenieros o matemáticos, sino también a filósofos, y que los dilemas tecnológicos deberían ocupar un lugar más relevante en la agenda de los parlamentos.
En cierto sentido, el relato de Harari se asemeja al de Arthur C. Clarke y Stanley Kubrick en 2001: Una odisea en el espacio. La relación del Sapiens con las sucesivas herramientas –la alianza evolutiva– sería la clave del progreso. El humano, al sentirse superado por las herramientas, se verá obligado a cooperar y a evolucionar. En 2001, el viejo simio es capaz de neutralizar la traición de HAL 9000, mientras que Harari asume su victoria. En cualquier caso, parece inevitable la simbiosis entre el hombre y la máquina, ya sea el «niño de las estrellas» en 2001 o el Homo Deus. Ambos ponen de manifiesto que el hombre se enfrentará a lo desconocido cuando deje atrás al individuo. Pero, ¿de verdad llegaremos a ese punto? ¿Miraremos al abismo de la obsolescencia o a un mar abierto de posibilidades?
Publicado originalmente en el informe económico y financiero de ESADE.