Formamos parte de una sociedad que desde hace tres décadas registra entre un cuarto y un tercio de la población en situación de pobreza. Y no sólo somos más pobres sino también más profundamente desiguales que tres décadas atrás.
La situación actual es un episodio más de nuestra triste saga de subdesarrollo, que se intenta explicar por las bajas tasas de inversión, crecimiento nulo, estancamiento del empleo y elevada inflación, olvidando el conflicto redistributivo que está detrás, y la incapacidad política para reconocerlo y resolverlo.NEWSLETTERS CLARÍN
Son numerosos los fracasos para alcanzar consensos en términos de políticas públicas, lo cual llevó a una nación que, aún con recursos, permanece en la pobreza y el subdesarrollo. Las ambiciones de poder y especulaciones políticas descartan las explicaciones técnicas del problema y la construcción política de los instrumentos necesarios para su superación.
No se asumen errores, no se convoca a los expertos, ni se acuerdan políticas de Estado, acumulando tras décadas de decadencia, una grieta social que deja profundas marcas de fragmentación social.
El Gobierno ha convocado a oposición, sindicatos, empresarios e Iglesias a expresarse sobre diez puntos que considera imprescindibles. En ellos no hay alusión a la salud, educación, desigualdad, ni superación de la pobreza, cuando la sociedad está atravesada por una pobreza estructural formada por carencias crónicas en materia de recursos y capacidades de desarrollo humano.
Los países inteligentes definen su Estado- nación, estableciendo acuerdos de gobernabilidad, determinando el interés nacional, su compatibilización con la compleja actualidad del mundo, y sustentando su desarrollo en políticas sólidas de salud y educación. Hay pocos indicadores que digan más de una sociedad civilizada que un sistema de salud eficiente y equitativo.
En nuestro país, el sistema de salud es universal en la medida en que argentinos y extranjeros acceden en forma gratuita a los servicios ofrecidos por el sector público.
Sin embargo, persisten brechas importantes de inequidad, en términos de cobertura efectiva y calidad. Hay diferencias en la oportunidad de atención entre distintos subsectores y provincias. La propia degradación del ministerio a secretaria plantea la ausencia de un plan de salud pública a largo plazo, que supere coyunturas políticas, sociales y económicas y se sostenga en el tiempo.
Esto lleva a preguntarse cuál es el real significado de la cobertura universal de salud (CUS). Los sistemas de salud no son aposiciones de bloques de financiamiento de medicamentos, agencias de tecnología, y servicios, y no están definidos en las tres dimensiones del cubo que la esquematizan: niveles de cobertura, servicios y protección financiera.
Resulta imprescindible asumir las funciones de rectoría del Estado en este campo, coordinando las medidas en su conjunto, en el subsector público, la seguridad social y la medicina prepaga. Los sistemas de salud son un conjunto de valores morales y culturales, que se expresan en su política económica, y la idea de que pueden ser separados de la historia, política, y economía del país es un concepto peligroso.
La moralidad de un sistema de salud no está separada de la moralidad de la sociedad a la que sirve, y la política económica de una nación determina la visión con que ese país concibe su sistema de salud (entre 1995 y 2016, el gasto en salud en el mundo creció un promedio de 4% por año, aquí 1,83; el gasto per cápita: 2,72% en el mundo y 0,68 aquí, donde disminuyo 0.69 en porcentaje del PBI).
Los economistas han vendido con éxito el mito de que los responsables políticos deberían ignorar virtud y valores, y al hacerlo, han alentado a las personas a actuar de manera no socialmente beneficiosa entre ellas, incluyendo el compromiso de crear un sistema de salud justo, inclusivo y equitativo que respete a cada persona como miembro igualitario de la sociedad.
Las políticas que promueven competencia y consumo fomentan la retirada moral, erosionan las motivaciones éticas y la mentalidad cívica. Las sociedades exclusivamente basadas en el mercado generan una enorme riqueza para pocos, y creciente precariedad para muchos. La confianza y la reciprocidad están retrocediendo y nuestras sociedades se han vuelto menos solidarias cuando sólo premian el interés propio. Si la moral social comienza preguntándose “¿Qué me toca a mí?”, no sorprende que la solidaridad necesaria para construir un sistema de salud justo sea escasa. Nuestras necesidades de salud dependen de las acciones de los demás, y debemos tener una preocupación compartida por las vidas y el bienestar de todos, ya que nuestras propias vidas y bienestar dependen de esa preocupación compartida.
La lucha por los principios morales que sustentan un sistema de salud es una lucha por los principios morales que subyacen a la sociedad en general. Bowles escribió que “los sentimientos morales son base esencial de un buen gobierno”, y “no existe registro histórico, de una sociedad exitosa indiferente a la virtud”.
El sistema de salud es la más visible y tangible expresión de esos valores y la preocupación de una sociedad por el bienestar de sus ciudadanos, y la fortaleza de ese sistema depende de la fortaleza de esa preocupación y esos valores. La democracia debería ser un poderoso estímulo para promover ese compromiso social con la salud, pero la ausencia del tema en las agendas, disminuye la civilidad, y las fuerzas que promueven la salud se encuentran amenazadas. La CUS es un objetivo fundamental global de la salud pública, parte de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y prioridad estratégica de la OMS, pero para hacerla realidad en nuestro país es hora de un nuevo compromiso moral de cada uno de nosotros y que la salud regrese a la agenda política.
Rubén Torres es Rector de la Universidad ISALUD-Ex superintendente de servicios de salud.