Desde conectar el cerebro a un ordenador a mejorar genéticamente un embrión. La tecnología ofrece muchas posibilidades para mejorar al ser humano, pero a la vez abre nuevos debates éticos a nivel internacional.
El pasado 28 de agosto, Elon Musk presentaba un pequeño chip del tamaño de una moneda que permite conectar el cerebro humano a un ordenador. Este dispositivo, que forma parte del proyecto del magnate estadounidense Neuralink, permitiría captar la actividad cerebral para tener un mayor control de la salud, pero según Elon Musk, podría ser capaz de ayudar a resolver problemas o enfermedades como la pérdida de memoria o la ceguera.
Para colocar el chip en humanos (de momento solo se ha probado en cerdos), Musk también presentó un robot quirúrgico capaz de implantarlo en la corteza superior del cráneo sin necesidad de anestesia y en menos de una hora. Aún no se sabe cuándo se probará en personas, pero el invento de Neuralink ya tiene la aprobación de la FDA estadounidense.
Los implantes cerebrales que permiten mejorar al hombre no son una novedad. Ya por los 90 algunos investigadores comenzaron a probarlos para ayudar a personas con parálisis. Actualmente es un campo que se engloba dentro del llamado Human Enhancement, una corriente que aboga por mejorar las capacidades del ser humano gracias al uso de la tecnología.
A pesar de que suene a ciencia ficción, grandes compañías como Google o Facebook han mostrado su interés por este Humano 2.0 o humano mejorado. El gigante buscador lleva desde 2013 investigando para comprender el envejecimiento y encontrar mecanismos para ralentizar e incluso detener este proceso biológico. En el caso de Facebook, hace poco más de un año la compañía de Mark Zuckerberg anunció la compra de la start up CTRL-labs, encargada del desarrollo de una pulsera capaz de leer las señales neuronales que manda el cerebro (no lo que se piensa). En concreto, estedispositivo permitiría controlar aparatos electrónicos con la mente o mediante pequeños gestos sin necesidad de tocarlos.
Un avance sin retorno
«Hace 20 años, calculé 2005 como el punto sin retorno. Según mis cálculos, ya estamos inevitablemente comprometidos con los bebés de diseño, los ebaybies, los súper soldados y las armas autónomas súper inteligentes, los enlaces directos cerebro-máquina, la inmortalidad electrónica, las nuevas razas humanas, la explosión demográfica, los conflictos entre especies y las guerras con poderosos armamentos, la inteligencia artificial consciente sobrehumana o las bacterias inteligentes», asegura Ian Pearson.
Este ingeniero y matemático es uno de los futuristas más reconocidos a nivel mundial, es miembro de la Academia Mundial de Artes y Ciencias y miembro colegiado de la British Computer Society. Aunque algunos de sus pronósticos parecen un guión cinematográfico, es famoso por acertar en sus predicciones. Y algunas no son nada halagüeñas. «El avance de la inteligencia artificial se dirige hacia una IA sobrehumana plenamente consciente, con emociones y con sus propias agendas. Por lo tanto, no tendremos más remedio que establecer vínculos cerebrales directos con la inteligencia artificial súper inteligente. De lo contrario, corremos el riesgo de extinción. Es así de simple. Tenemos una idea de cómo hacer eso: dispositivos nanotecnológicos dentro del cerebro que se conectan a todas y cada una de las sinapsis que pueden transmitir señales eléctricas de cualquier manera, un problema de ingeniería difícil pero no imposible», asegura.
Humano 2.0 en España
En 2017 se celebró en España la primera Augmented Human Conference para hablar del humano del futuro, una combinación idílica entre el hombre y la tecnología. Detrás de este evento se encontraban Armando Montes yPedro Diezma, que tras la celebración de 2017 no han repetido las jornadas. «Nos embarcamos en un proyecto a nivel europeo y no nos ha dado tiempo. Pero seguimos muy interesados en este campo y estamos convencidos de que será la próxima revolución tecnológica. Un buen ejemplo es el Crispr, una tecnología que permite modificar el ADN. Es una especie de corta y pega que permite solucionar problemas genéticos», explica Armando Montes.
El español Francis Mojica, científico de la Universidad de Alicante, fue el primero en estudiar las secuencias Crispr cuando en 1993 comenzó a investigar un microorganismo con una tolerancia extrema a la sal encontrado en las costas de Santa Pola. Actualmente, esta tecnología premiada con el Nobel de química, se asegura que podría acabar con enfermedades endémicas, con el cáncer, o introducir cambios genéticos en embriones humanos.
Además del origen del Crispr, en España también tiene su base la Cyborg Foundation, una asociación creada por Neil Harbisson, criado en Mataró, y Moon Ribas, artista catalana, que se definen a sí mismos como ciborgs. Ambos cuentan con implantes tecnológicos que les permiten sentir o ver más que cualquier otro ser humano. En el caso de Harbisson, una antena le permite detectar colores invisibles al ojo humano. Ribas puede detectar movimientos sísmicos por un sensor integrado en su cuerpo.
El dilema ético
«La genética, la mejora humana y la inteligencia artificial son tres tecnologías claves actualmente y marcarán el futuro. En cuanto a la mejora humana, llevamos muchos años apostando por ello, como por ejemplo con el uso de las gafas o de las operaciones de cirugía, o incluso al hablar de unos buenos hábitos alimenticios. Pero esto no conlleva un debate ético. En cambio, si por ejemplo tuviera problemas auditivos y decido ponerme un implante coclear, ¿que pasaría si me animo a añadir una mejora a ese implante para escuchar mucho mejor de lo que tú o cualquiera escucháis? Es posible, ¿pero es ético? Te pongo otro ejemplo. En el caso de los exoesqueletos que de momento se emplean para ayudar a moverse a gente con parálisis, ¿qué pasaría si se empiezan a utilizar para conseguir tropas más fuertes en una guerra?«, se cuestiona Javier Valls Prieto, profesor de la Universidad de Granada y miembro del proyecto europeo de investigación Sienna.
Sienna es un proyecto financiado con casi cuatro millones de euros del programa H2020 de la Unión Europea para ayudar a evaluar el impacto de las nuevas tecnologías en los derechos humanos. «En China ya han nacido bebés modificados genéticamente (con tecnología Crispr) y en Estados Unidos se sabe de jefes que toman serotonina para evitar ataques de ira. Esto en Europa sería inviable porque hay que poner límites a la tecnología. El problema llega cuando se quieren conseguir habilidades que están por encima del humano, como por ejemplo ver en la oscuridad o mucho más lejos. Nosotros velamos porque no se haga un uso indebido de la tecnología, pensando en cómo esas mejoras afectan a la libertad, a la autonomía e incluso al medio ambiente. El proyecto acaba en 2021 y estamos participando en la creación de códigos éticos a nivel internacional, sobre todo en inteligencia artificial», añade Valls.
Gartner definió el Human Augmentaty -uso de tecnologías para aumentar las capacidades físicas y cognitivas humanas- como una de las grandes tendencias este año, y según un estudio elaborada por Kaspersky, «casi dos tercios (63%) de los encuestados considerarían aumentar las capacidades de su cuerpo mediante la tecnología. Si se les diera la oportunidad, optarían por mejorar su salud física general (40%) y la vista (33%). Asimismo, casi 9 de cada 10 (88%) personas temen que sus cuerpos puedan ser hackeados por ciberdelincuentes y el 39% cree incluso que el Human Augmentation podría ser peligroso para la sociedad y debería ser regulado por los gobiernos.
«En una charla en Esic me dijeron que el Crispr no era ético. Claro, dígale a un padre en un hospital a cuyo hijo pueden curar con esa tecnología que no es ético. Además, hay otras tecnologías de mejora humana e incluso capaces de leerte el cerebro al alcance de cualquiera. Yo uso de vez en cuando Muse 2 (se vende en Amazon por menos de 200 euros), que lee la actividad cerebral para ayudar a realizar una meditación personalizada. Hay un debate interesante abierto pero creo que cada uno debe ser libre de hacer lo que quiera con su cuerpo, tal y como pasa con las operaciones estéticas», explica Armando Montes.