El que fuera CEO de Apple tenía en común con el genio de la física su hábito de dejar que las ideas más revolucionarias le llegasen… no haciendo absolutamente nada.
Tal vez, una de las imágenes más icónicas de Steve Jobs sea la del garaje de la casa de sus padres en la que, junto a Steve Wozniak, concibió el primer ordenador de lo que más tarde sería Apple. De hecho, el mito del antiguo CEO de la compañía se sustenta sobre la base del trabajo duro para llegar a las grandes ideas que revolucionaron la tecnología durante casi cuatro décadas. Sin embargo, la historia parece haber olvidado otro de los elementos clave de la infinita capacidad de innovación de Jobs: su tendencia a perder el tiempo y la procrastinación como método infalible para ser más creativo.
El exdirector ejecutivo de Apple se basaba en la procrastinación y en tomarse descansos de su trabajo para generar sus mejores ideas para sus productos, como ocurrió con el iPod, tal y como explica Adam Grant, profesor de Wharton, en el artículo de ‘Business Insider’. Una costumbre que suelen aplicar otros gurús tecnológicos, como el caso del fundador de Twitter, Jack Dorsey, o incluso grandes guionistas como Aaron Sorkin (‘Algunos hombres buenos’, ‘La red social’, ‘Moneyball’) a la hora de crear.
Según Grant, el momento en el que Steve Jobs procrastinaba y se dedicaba a la meditación resultaba ser un tiempo bien invertido para dejar que surgieran más ideas divergentes. Se trata de una máxima que siguió a pies juntillas durante toda su vida, incluso en los años que pasó fuera de Apple: su visión se basaba en que la presión constante del trabajo diario, a menudo mata la creatividad y, por eso, tanto Jobs como su equipo solían tomarse períodos sabáticos para disfrutar de sus pasatiempos y tener una mente más creativa.
Se trata de una práctica que, además, han seguido varios de los mayores pensadores del planeta a lo largo de la historia. Por ejemplo, uno de los modelos en el que se inspiraba Steve Jobs fue Albert Einstein, quien era conocido por ser un genio que no necesitaba emplear demasiado tiempo a su trabajo e, incluso, presumía de holgazanería cada vez que podía sacar su velero y perderse en el agua durante horas sin rumbo fijo. De hecho, su afición a dar largos paseos le llevó a ser detenido en 1939 por deambular por una playa perdido en sus pensamientos.
La neurociencia y la teoría de las tres B
Las mejores ideas vienen cuando uno no hace nada, tal y como sugería a principios del siglo XX el filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein cuando postuló la teoría de las tres B –bedroom, bath, bus, que significan cama, baño y autobús-, según la cual la inspiración suele llegar justo antes de dormir, cuando estamos haciendo nuestras necesidades en el váter o cuando vamos camino al trabajo en el transporte público. Es decir, cuando no estamos trabajando ni realizando ninguna actividad estresante o que ocupe la mayor parte de nuestra actividad mental. En los últimos años, la ciencia parece haber confirmado parcialmente esta teoría.
Gracias a la neurociencia, un grupo de investigadores ha dividido el proceso de generación de ideas en varias etapas separadas, una de las cuales es la incubación. En esta etapa, nuestra mente ordena inconscientemente todos los imputs, imágenes y fragmentos extraños de conocimiento que ha ido cosechando a lo largo de los años, buscando formas nuevas y únicas de combinarlos entre sí. Es una etapa inevitable e inherente a todos los seres humanos, pero no se puede llegar a ella forzando a nuestro cerebro a crear nuevas ideas.
Muy al contrario, la incubación es un proceso natural de nuestro cerebro que es más efectivo cuanto más tiempo libre tenemos. Por eso, algunos de los mayores pensadores de la historia han utilizado la meditación, los paseos, los baños o simplemente dibujar garabatos en una hoja de papel para alcanzar sus mejores ideas. De hecho, una de las conclusiones más importantes del revolucionario estudio es que existe una correlación entre el tiempo libre y la creatividad. Evidentemente, una mente preclara ayuda bastante, pero quién sabe cuántos Steve Jobs o Albert Einstein se ha perdido la humanidad simplemente porque han tenido que trabajar de sol a sol o por haber nacido en el país incorrecto.