Milton Friedman, premio Nobel de economía y fundador de la “escuela de Chicago” fue el padre de un extendido principio de management según el cual “la única responsabilidad de una empresa es maximizar el beneficio de sus accionistas” (1970). Como guiadas por una especie de orden universal subyacente (la famosa “mano invisible” de Adam Smith), las empresas, cuyo único objetivo era maximizar sus ganancias, propagarían espontáneamente valor compartido a la sociedad. No era necesario preocuparse por efectos externos, como el impacto medioambiental o la responsabilidad social. Tampoco por la distribución equitativa de la prosperidad. Ni siquiera por la competitividad o la riqueza nacional a largo plazo. La optimización inmediata de beneficios arrastraría automáticamente a las economías y a las sociedades a un crecimiento equilibrado, positivo y justo. El mercado era inteligente y racional, y llegaría a su punto de equilibrio perfecto: los consumidores espontánea y libremente escogerían las opciones de consumo más responsables y menos lesivas con el medio ambiente. La misión de los gobiernos era apartarse, desregular y dejar paso a los espíritus inversores, libres y audaces. La economía se convirtió en una ciencia pura, una simple extensión de las matemáticas. Una ciencia de gran belleza formal, pero descontextualizada de los procesos históricos o de las realidades sociales. Una ciencia que respondía a principios inmutables: lo que ocurría en un barrio de Nueva York y podía ser modelizado por una ecuación económica, tenía que ocurrir en cualquier parte del mundo. Cualquier intervención discrecional en los mercados, por parte de algún órgano administrativo, generaría errores sesgados en el orden natural de la matemática económica.
Las ecuaciones de mercado, la mano invisible de Adam Smith y los postulados de Friedman no son suficientes para reconciliarnos con el planeta y con nuestra propia sociedad
Dicha escuela influyó decisivamente en el pensamiento económico mundial durante medio siglo. Su filosofía política postulaba las virtudes extremas del libre mercado y de la mínima intervención de los gobiernos. La mejor política industrial era la que no existía. Si la eficiencia financiera decretaba que las cadenas de valor productivas debían deslocalizarse a Asia (con menos costes laborales, regulatorios y mayor laxitud medioambiental); y que Europa debía convertirse en un páramo desprovisto de actividad industrial, eso era lo mejor que podía pasar: otras actividades vendrían a suplir las que marchaban (como si la economía siguiera leyes físicas de gases perfectos). Si el cambio tecnológico expulsaba a millones de personas de sus puestos de trabajo, éstas se convertirían en emprendedores, e inevitablemente crearían nuevos y mejores empleos, siguiendo una especie de principio termodinámico. Si la actividad industrial, según toda evidencia, aceleraba peligrosamente el cambio climático, debía ser sólo un efecto óptico derivado de nuestras cortas observaciones históricas.
Los límites del turbo-capitalismo
Los 80 y 90 fueron años de turbo-capitalismo neoliberal, impulsado por las políticas de Reagan y Thatcher, y posteriormente por la emergencia de internet. Se generó crecimiento y riqueza masiva. La caída del muro de Berlín definió un teórico fin de la Historia, según Fukuyama (1989): sin sistema alternativo, el modelo de democracia liberal y capitalismo de mercado se iba a extender inevitablemente por todo el mundo. Pero el sistema colapsó sólo entrar en el siglo XX, con la burbuja dot.com (2000), y llegó a sus límites con la explosión financiera de 2008. No todo valía. La economía se había hiper financiarizado. El peso del capitalismo cortoplacista era excesivo, generando burbujas de activos que sólo existían en las mentes de avispados inversores. En la última década, la emergencia de plataformas digitales casi monopolísticas, y la tendencia al coste marginal cero han creado sociedades desiguales y muy polarizadas. La ingeniería fiscal global y la desindustrialización han precarizado las antiguas clases medias, dejado en los huesos los antiguos estados del bienestar, y han extendido el populismo. El cambio climático se ha exacerbado. Y la Naturaleza nos ha mostrado nuestra fragilidad con la irrupción de la Covid-19. La Naturaleza no negocia: ante una pandemia, somos tan frágiles como las tribus del Paleolítico. Los duros meses de confinamiento han borrado el recuerdo de los signos evidentes de que el clima también ha mutado: 2020 ha sido año también de grandes incendios en California y Australia, o de la emergencia inusual de restos de grandes mamíferos de la Edad de Hielo en Yakutia y Alaska a consecuencia del rápido derretimiento del permafrost, tras 20.000 años de congelación permanente. Y, justo hace un año, la tormenta Gloria modificaba violentamente nuestras costas como jamás antes. La Naturaleza sigue dando avisos, cada vez más frecuentes y despiadados. Las ecuaciones de mercado, la mano invisible de Adam Smith y los postulados de Friedman no son suficientes para reconciliarnos con el planeta y con nuestra propia sociedad.
Disrupción tecnológica: ¿hacia un mundo de abundancia?
El año 2020 ha sido un año de la concienciación. El capitalismo necesita una revisión urgente. Uno de sus mejores productos, el management (la gestión científica y profesional de organizaciones) es también una de las mejores armas para solucionar problemas humanos. Basta dotarlo de propósito, más allá de los postulados de Friedman. Basta alinear el cambio tecnológico, nuestro conocimiento en gestión y las fuerzas del libre mercado hacia objetivos prioritarios: generar prosperidad distribuida y solventar los retos que nos atenazan como civilización: grandes cambios climáticos, tecnológicos, geopolíticos o demográficos, entre otros. El management, y el capitalismo en sí pueden y deben dotarse de voluntad de impacto positivo en la sociedad, en la economía y en el planeta. Y sólo con fórmulas de cooperación público-privadas, modulando los mercados y escogiendo la dirección correcta del crecimiento (orientado a la resolución de esos grandes retos humanos) será posible.
La tecnología, el conocimiento puesto en acción, es una fuente infinita de progreso humano: sorprendentemente, hoy prácticamente todas las necesidades materiales del ser humano podrían ser prácticamente resueltas gracias a la fuerza liberadora de recursos de la tecnología
Somos conscientes de nuestra fragilidad. Y tenemos sentido de urgencia. Pero precisamente en este momento de profunda catarsis colectiva, disponemos también, por primera vez en nuestra historia, del arma fundamental para avanzar hacia un escenario de equilibrio y prosperidad compartida: la tecnología. Nos encontramos en medio de una revolución tecnológica sin precedentes. La Covid-19 nos ha dado otra lección: en menos de un año hemos sido capaces de sintetizar un conjunto de vacunas, hitos que en condiciones normales (sin presión extrema de los mercados) podrían requerir de una década de trabajo intenso. Cuando se concentran las fuerzas del conocimiento en una dirección determinada, los resultados son extraordinarios. Hoy probablemente estén vivos más del 90% de todos los científicos que han pasado por la faz de la tierra. Y todos están conectados por redes informaticas ultrarápidas y globales: cualquier avance de conocimiento se propaga automáticamente al conjunto de la comunidad científica, que puede construir inmediatamente sobre él. Los que seguimos la carrera tecnológica sabemos de las inmensas posibilidades que existen: la tecnología sigue un desarrollo exponencial. Gracias a la ley de Moore (según la cual, cada dos años se dobla la potencia de los procesadores electrónicos), en pocos años, dispondremos de los supercomputadores más potentes del mundo en nuestro iPhone o en nuestro Galaxy. También en nuestro coche, en nuestra oficina, en nuestra consola de videojuegos o en nuestro centro médico. Como hoy tenemos en nuestro bolsillo los supercomputadores de 2005.
Sorprendentemente, la tecnología nos podría llevar a escenarios casi utópicos de prosperidad compartida. El despliegue de la inteligencia artificial, de la digitalización y del internet de las cosas puede poner la asistencia sanitaria al alcance de todos, a costes rápidamente decrecientes. El precio del watt de energía solar ha caído un 90% en una década, a una velocidad que supera la Ley de Moore. El de energía eólica, un 70%. La concentración de esfuerzos de investigación hace que se esté llegando a límites de eficiencia en energías renovables considerados imposibles hasta hace muy poco. ¿Nos imaginamos un mundo de energía infinita, casi gratuita, al alcance de todos? Parece imposible, pero… ¿Quién podía vaticinar, en 1990, que dos décadas más tarde tendríamos virtualmente toda la información de mundo en nuestro bolsillo a través de un pequeño dispositivo móvil? ¿Quién podía imaginar la emergencia de internet, o la potencia de un Google? La información, un recurso escaso y estratégico hasta hace muy poco, se ha convertido en un recurso abundante y gratuito gracias a la fuerza del cambio tecnológico. Hoy, un niño en África tiene más información en sus manos que el presidente Reagan en 1980 (Diamandis & Kotler, 2012). Y el proceso no se detiene: la impresión 3D alumbra nuevas formas de manufactura distribuida de productos, a coste marginal casi cero. Un agricultor de Mongolia, o de Perú, podría acceder a piezas de recambio de sus tractores, si dispusiera de una impresora 3D en su proximidad, y del modelo digital de la pieza en código abierto. La combinación de genómica y ciencias de la computación anticipa todavía desarrollos más futuristas e impactantes, en el nuevo campo de la Biología Sintética: ¿nos imaginamos microorganismos programados cuyo metabolismo digiera el plástico de los mares y lo convierta en azúcar? ¿nos imaginamos materiales biológicos en nuestras paredes, capaces de hacer la fotosíntesis, absorber CO2 y generar oxígeno?
Las fronteras del conocimiento se expanden rápidamente gracias al trabajo cooperativo y competitivo de miles de científicos. La tecnología, el conocimiento puesto en acción, es una fuente infinita de progreso humano. Sorprendentemente, hoy prácticamente todas las necesidades materiales del ser humano podrían ser prácticamente resueltas gracias a la fuerza liberadora de recursos de la tecnología. Podríamos avanzar hacia un mundo de información, educación, alimentación, energía y producción infinita prácticamente a coste cero, con modelos económicos inclusivos, sostenibles e inteligentes (basados en innovación). Para ello, se requieren industrias limpias, digitalizadas y basadas en conocimiento. Hoy se vuelve a hablar decididamente de estrategia industrial en Europa. Una estrategia que no se basa en escoger potenciales sectores de futuro (“picking winners”), sino en impulsar la transformación transversal de la industria y conectarla a las fuentes de conocimiento. En palabras de Thierry Breton, comisario europeo de Industria, “queremos ser el continente líder en industria, y generar los empleos de mayor calidad y valor añadido” (Breton, 2020). Europa se propone reducir un 50% sus emisiones para 2030, y alcanzar la neutralidad de carbono hacia 2050. Países como Dinamarca han demostrado cómo se generan ventajas competitivas globales mediante inversiones estratégicas en capital humano y tecnologías limpias. Sus startups están vendiendo dichas tecnologías por todo el planeta.
El camino hacia una mayor integración y competitividad en Europa
La disrupción tecnológica hace posible la emergencia del vehículo eléctrico y de nuevos modelos de movilidad más respetuosos con el medio ambiente, y se empieza a acumular masa crítica industrial y de investigación alrededor de la tecnología del hidrógeno con el fin de descarbonizar la economía. Economistas líderes, como Mariana Mazzucato (2016, 2018), reclaman una redefinición del capitalismo, con un nuevo sentido del valor compartido; y condicionar —entre otras cosas— las ayudas a sus empresas automovilísticas y siderúrgicas, o a las aerolíneas, a cumplir requisitos medioambientales, co-invirtiendo en tecnologías que las convertirán en empresas más sostenibles y, a la vez, más competitivas. Europa, gracias a las aportaciones de Mazzucato (2018), habla de grandes misiones de cooperación público-privada que permitan la emergencia de nuevas generaciones de empresas de alto potencial e impacto positivo. El nuevo liderazgo europeo post-Covid alumbra un Green New Deal que convierta al continente en el líder en tecnologías limpias e industria basada en conocimiento. En 2015, las Naciones Unidas plantearon 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para la erradicación de la pobreza, la protección del planeta y la extensión de la prosperidad, mediante más de 160 propuestas específicas que van desde el acceso universal al agua potable y a la salud, a la movilidad sostenible, o la reducción del CO2. ¿Cómo se van a cumplir esos objetivos, si no es mediante grandes visiones políticas, inversiones estratégicas en I+D y acciones combinadas público-privadas?
La recuperación post-Covid será rápida y puede estar bien orientada si corregimos los viejos errores: los años 20 pueden alumbrar una era de nuevo capitalismo con propósito, inteligente, sostenible e inclusivo
La tecnología estará en la base de la prosperidad, la sostenibilidad, la sanidad y la seguridad en el mundo post-Covid. En España hemos conocido recientemente las últimas estadísticas de I+D. La economía española invierte un 1,25% en I+D sobre PIB, con un incremento en un año de sólo el 0,01%. Muy lejos del 4,5% de Corea del Sur o del 3,1% de Alemania. Polonia o Grecia ya han superado a España. Portugal consolida su ventaja. La inversión en I+D/PIB española es inferior a la de 2009. El mismo día que supimos esos datos, también supimos que las publicaciones científicas de excelencia crecen hasta el nivel de Francia o Alemania. Una nota positiva en un sistema de innovación ineficiente, con una insoportable desconexión entre ciencia y empresa. Tenemos las bases de conocimiento creadas, pero es preciso consolidarlas y orientarlas a las misiones que comenta Mazzucato. En Italia, siguiendo los preceptos de esta economista, se prepara un gran plan de recuperación post-Covid orientado a tres grandes misiones: digitalización, sostenibilidad y sanidad.
Pese a todo, vienen mejores tiempos. Tras las grandes crisis, siempre han llegado épocas doradas. La llegada de la vacuna anticipa el fin de la pesadilla de la pandemia. El mandato de Biden en EEUU puede recomponer las relaciones internacionales y reconfigurar un bloque de democracias liberales que se enfrente de forma conjunta al tsunami económico y tecnológico que viene de China. Europa ha tomado nota de su insignificancia durante la era Trump. Los fondos Next Generation pueden ser un verdadero revulsivo para la competitividad e integración europea. En España, los nuevos Presupuestos Generales del Estado contemplan incrementos del 80% en ciencia e innovación. La recuperación será rápida y puede estar bien orientada si corregimos los viejos errores. Los años 20 pueden alumbrar una era de nuevo capitalismo con propósito, inteligente, sostenible e inclusivo.
- BIBLIOGRAFÍA Breton, T. 2020. The Industrial Strategy in times of Covid-19. Disponible en línea. Diamandis, P.H. and Kotler, S., 2012. Abundance: The future is better than you think. Simon and Schuster. Friedman, T., 1970. A Friedman doctrine‐- The Social Responsibility Of Business Is to Increase Its Profits. The New York Times. Disponible en línea. Fukuyama, F., 1989. The end of history?. The national interest, (16), pp.3-18. Mazzucato, M., 2018. The value of everything: Making and taking in the global economy. Hachette UK. Mazzucato, M., 2018. Mission-oriented innovation policies: challenges and opportunities. Industrial and Corporate Change, 27(5), pp.803-815. Mazzucato, M. and Jacobs, M., 2016. Rethinking Capitalism. London: Wiley-Blackwell.
Fuente : https://revistaidees.cat