Necesitamos reconocer que los servicios de cuidado y los servicios domésticos no remunerados son trabajo, y necesitamos invertir más para crear empleos decentes y remunerados.
Opinión | 30 de agosto de 2019
Laura Addati, Especialista en Políticas, OIT |
En mi caso, agosto es sinónimo de maniobrar entre las exigencias de cuidar a mis hijos en vacaciones escolares y las de mi empleo remunerado. De verdad, es como tener dos trabajos; ambos son gratificantes y prolongados; ambos tienen responsabilidades.
Es posible que el valor del trabajo de cuidado no remunerado solo nos sea perceptible cuando tenemos hijos u otros seres queridos a los que cuidar.
Miren si no el caso de María, que en los años setenta dejó su empleo remunerado en un banco y consagró la mayor parte de su vida adulta a cuidar a personas todo el tiempo, sin percibir por ello ninguna compensación económica. En lugar de trabajar por una remuneración, contribuyó al bienestar de cuatro generaciones de su familia (su propia madre, su esposo, su hija y sus nietos). La hija de María, que, como yo, también tiene un empleo remunerado, reconoce plenamente la función no remunerada de su madre, y las posibilidades que gracias a ella ha podido contemplar. “Sin su ayuda, no podría ser madre y tener una carrera. Su presencia siempre ha sido incondicional.”
Todos realizamos algún trabajo de cuidado no remunerado. Ahora bien, la OIT estima que, a nivel mundial, casi 647 millones de personas en edad de trabajar (un porcentaje abrumador de las cuales son mujeres) prestan servicios no remunerados a tiempo completo, ocupándose, por ejemplo, de cocinar, limpiar y ayudar a familiares. En buena medida, esa contribución pasa desapercibida, pero sin ella, nuestras economías y sociedades no podrían funcionar.
Hoy, María tiene casi 70 años. A pesar de los años dedicados a un trabajo duro y valioso, carece de una pensión suficiente o de acceso a las prestaciones y los servicios que pueden proporcionarle una vida digna o gozar de servicios de cuidado de calidad y a largo plazo. Ella ha servido a la sociedad, pero se diría que la sociedad no se lo retribuye.
Aprovechando la redacción de este blog cuando muchas personas están de vacaciones (¡María no, por supuesto!), me puse a reflexionar sobre la manera de cambiar y mejorar la vida de quienes se ocupan de prestar cuidados no remunerados.
En primer lugar, hemos de reconocer que la prestación de cuidados y los servicios domésticos sin remunerar son “trabajo”. Ello se reconoce en las normas estadísticas del trabajo desde 2013, pero necesitamos más datos sobre las y los cuidadores no remunerados: quiénes son; qué hacen; y los beneficios que arroja su trabajo.
Estos datos estadísticos nos permitirían medir el avance social y económico de un país con muchísimas más precisión que cuando lo hacemos utilizando el Producto Interior Bruto (PIB), que no capta el valor del trabajo de cuidado no remunerado. Obtendríamos un panorama más realista y más cabal sobre el nivel de vida y de bienestar de una nación.
Si se contara con más información sobre las personas que prestan cuidados, los encargados de formular políticas, trabajando junto con las organizaciones de empleadores y de trabajadores, podrían atender mejor a las necesidades de las personas como María, para que el valioso trabajo de cuidado que realizan no acarreara penalizaciones colaterales en materia de empleo, ingresos y protección social.
Además, es preciso dar la palabra a quienes realizan un trabajo de cuidado sin remunerar, y velar por que intervengan en la toma de decisiones que les afecta a ellos y a su familia; por ejemplo, cuando se están formulando (o cuando no se formulan) políticas sobre licencia parental, sobre atención de salud, o sobre el horario de apertura de las escuelas.
Además, también debe invertirse más en la creación de puestos de trabajo dignos y remunerados para los cuidadores, mujeres y varones. Para 2030, la economía del cuidado podría generar 269 millones de nuevos empleos. Para ello, hay que duplicar el nivel actual de inversión pública y privada en este tipo de servicios.
Por otra parte, hay que cambiar las pautas sociales y culturales que rigen la función de la mujer y del hombre en la sociedad. La Declaración del Centenario de la OIT para el Futuro del Trabajo adoptada en junio hace un llamamiento a “lograr la igualdad de género en el trabajo mediante un programa transformador”, que “posibilite una repartición más equilibrada de las responsabilidades familiares… permita una mejor conciliación de la vida profesional y la vida privada…[y] promueva la inversión en la economía del cuidado”.
La Unión Europea cuenta con una nueva directiva que ayudará a los cuidadores a conciliar el empleo con las responsabilidades familiares. Prevé una licencia remunerada de como mínimo diez días para el segundo progenitor de un recién nacido (por ejemplo, los padres), cinco días de licencia remunerada al año para quien deba cuidar a un familiar enfermo o dependiente, y el derecho a solicitar modalidades de trabajo flexible.
Estos avances son alentadores. Sin embargo, la lucha por transformar la vida de los cuidadores como María dista mucho de haber terminado. No es posible lograr un futuro laboral mejor sin la adopción de medidas coordinadas, previsoras y audaces, para que el trabajo de cuidado no remunerado se comparta equitativamente, y para que los cuidadores –remunerados y sin remunerar– sean valorados, reconocidos y recompensados por su trabajo, y que puedan pronunciarse sobre las decisiones que les afectan.